He abierto este cuaderno mientras la niña dormía el segundo tramo de su siesta. Y es como si esta duermevela inquietate en que lleva sumida desde hace unos cuantos minutos llegara por misteriosos cauces hasta esta página, como si mi mano tradujera sin saberlo, y sin comprender su verdadero sentido, los gemidos y sílabas ocasionales que pronuncia en su sueño. Su despertar inminente me obliga de manera insensible a apresurarme. A escribir más rápido y sin pensar, como si la mano regresara a la etapa primitiva del balbuceo y el lloro intuitivo.
Y por ahí hay que entender la necesidad de este cuaderno.
Es un lloro seco, sin lágrimas, un balbuceo cortado de raíz.
Imagina a Dios como el pegamento entre las cosas.
Ángeles de la guarda canjeándonos como cromos.
Un armario con perchas vacías: su esperanza.
(Jordi Doce, Hormigas blancas. Barrientos Ediciones)
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