LAS ESTRELLAS YA NO SON LO QUE ERAN
A Marwin Sylvor le prohibieron de pequeño montar en tiovivo.
Cada verano se lo preguntaba a su padre, quien le respondía que no.
de ahí nació su amor por los carruseles y los caballos de colorines.
Hacía trabajos de decoración para el Vaticano cuando le hicieron su primer encargo.
Un carrusel de mármol en el que los de Roma se lo pasaban pipa.
Amaba a las criaturas aladas y el arco iris de bombillas.
Amaba los corazones que fracasan y el sonsonete de los poetas.
En el tiovivo de Marwin Sylvor tenían entrada gratuita
los golfos y el alimento para peces del héroe de los descampados.
Girad noches, girad sinceras muchachas en los relucientes festivales de invierno.
Pronto llegarán los alces a las columnas salomónicas
y los panteones papales se cubrirán de coronas y guirnaldas de nieve.
Las estrellas ya no son lo que fueron, luces en aprietos
granujas que desaparecen en un periquete
entre los sueños pendientes de ser soñados.
(JUAN CARLOS MESTRE, La bicicleta del panadero)
TODO MESTRE
Se piensa que el xilófono
de la lluvia ha decidido chocar su batuta contra la esfera de los
charcos, porque tu poesía es un paraguas agujereado que presta al
ujier de los cielos los días desapacibles. Con ella convoca a una
asamblea de ángeles que llegan a consenso entre la metáfora y las
estrellas, la ironía y la noche, la delicadeza y los rascacielos
sólo por amor al arte de las palabras.
Tu poesía se origina en
el psicoanálisis del otoño: las almas del castaño y el tejo
expuestas al examen de los jueces de las montañas que reparten el
pasto al ganado cuando cae el inevitable estío.
Tu poesía es el
comienzo de un camino del que no es posible retornar igual que es
imposible el regreso a esta vida cuando se ha decidido dormir en las
cabañas de la melancolía con un trago de licor caliente en la
garganta de los recuerdos y las gafas de sol sin ajustar.
Se trata de la presbicia
del Neoclasicismo, del conjuro de la tristeza en las playas sin
lluvia del Yucatán, del inconsciente del amor por el que una
bailarina retiraría de las barras de los bares a todos los camareros
sin pajarita que recitan versos en forma de chaleco salvavidas hasta
altas horas de la madrugada.
De las cargas domésticas
del Planeta Venus que no deja de temblar mientras tiende la ropa de
sus cuatro hermanos en el tendedero de la nieve y prepara el convite
para los comensales de la gramática.
Del
único acontecimiento que merecería la pena cruzar a nado porque el
mar es manso como los ojos cerrados que guardan el escondrijo de los
días en una grieta imposible de abrir cuando el parking está lleno
de cámaras de vídeo y los asientos del cine son incómodos como las
agujas del tiempo.
Se trata de entregarlo
todo. De quedarse desnudo como el día en que las enfermeras y las
matronas te enseñan el planeta con rostro de lápida mortuoria. En ese
momento el fórceps del destierro te arranca del útero de la vida
para estrellarte la cara contra el desconsuelo.
Todo. Incluso la
responsabilidad de las maestras sobre la caligrafía de los médicos;
las monedas y los botones, el alma y el cuerpo, la llave y la
cerradura, el corcho y la botella, la lengua y el chocolate, la mano
y la caricia.
(RAQUEL RAMÍREZ DE ARELLANO)
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