sábado, 17 de enero de 2015

Las estrellas ya no son lo que eran de JUAN CARLOS MESTRE



LAS ESTRELLAS YA NO SON LO QUE ERAN

A Marwin Sylvor le prohibieron de pequeño montar en tiovivo.
Cada verano se lo preguntaba a su padre, quien le respondía que no.
de ahí nació su amor por los carruseles y los caballos de colorines.
Hacía trabajos de decoración para el Vaticano cuando le hicieron su primer encargo.
Un carrusel de mármol en el que los de Roma se lo pasaban pipa.
Amaba a las criaturas aladas y el arco iris de bombillas.
Amaba los corazones que fracasan y el sonsonete de los poetas.
En el tiovivo de Marwin Sylvor tenían entrada gratuita
los golfos y el alimento para peces del héroe de los descampados.
Girad noches, girad sinceras muchachas en los relucientes festivales de invierno.
Pronto llegarán los alces a las columnas salomónicas
y los panteones papales se cubrirán de coronas y guirnaldas de nieve.
Las estrellas ya no son lo que fueron, luces en aprietos
granujas que desaparecen en un periquete
entre los sueños pendientes de ser soñados.
(JUAN CARLOS MESTRE, La bicicleta del panadero)




TODO MESTRE
Se piensa que el xilófono de la lluvia ha decidido chocar su batuta contra la esfera de los charcos, porque tu poesía es un paraguas agujereado que presta al ujier de los cielos los días desapacibles. Con ella convoca a una asamblea de ángeles que llegan a consenso entre la metáfora y las estrellas, la ironía y la noche, la delicadeza y los rascacielos sólo por amor al arte de las palabras.
Tu poesía se origina en el psicoanálisis del otoño: las almas del castaño y el tejo expuestas al examen de los jueces de las montañas que reparten el pasto al ganado cuando cae el inevitable estío.
Tu poesía es el comienzo de un camino del que no es posible retornar igual que es imposible el regreso a esta vida cuando se ha decidido dormir en las cabañas de la melancolía con un trago de licor caliente en la garganta de los recuerdos y las gafas de sol sin ajustar.
Se trata de la presbicia del Neoclasicismo, del conjuro de la tristeza en las playas sin lluvia del Yucatán, del inconsciente del amor por el que una bailarina retiraría de las barras de los bares a todos los camareros sin pajarita que recitan versos en forma de chaleco salvavidas hasta altas horas de la madrugada.
De las cargas domésticas del Planeta Venus que no deja de temblar mientras tiende la ropa de sus cuatro hermanos en el tendedero de la nieve y prepara el convite para los comensales de la gramática.
Del único acontecimiento que merecería la pena cruzar a nado porque el mar es manso como los ojos cerrados que guardan el escondrijo de los días en una grieta imposible de abrir cuando el parking está lleno de cámaras de vídeo y los asientos del cine son incómodos como las agujas del tiempo.
Se trata de entregarlo todo. De quedarse desnudo como el día en que las enfermeras y las matronas te enseñan el planeta con rostro de lápida mortuoria. En ese momento el fórceps del destierro te arranca del útero de la vida para estrellarte la cara contra el desconsuelo.
Todo. Incluso la responsabilidad de las maestras sobre la caligrafía de los médicos; las monedas y los botones, el alma y el cuerpo, la llave y la cerradura, el corcho y la botella, la lengua y el chocolate, la mano y la caricia.
(RAQUEL RAMÍREZ DE ARELLANO)




No hay comentarios:

Publicar un comentario